- No creo en sillas. Hay millones de otras cosas en que podría creer.
- Eso es, con decir que no crees en las sillas, todavía no se sabe en qué crees.
- Bueno, se sobreentiende, estoy a favor de los divanes.
- Pero… bueno.
- Vamos a intentarlo otra vez. No crees en las sillas porque prefieres los divanes.
- Un diván: tenga o no tenga la razón.
- Pero ahora hay un problema, ¿te lo resuelve el diván?
- Yo no estoy hablando del problema. Estoy diciendo que creo en los divanes.
- Los divanes no resuelven el problema.
- Ni me pongo a pensar en eso. Lo único que quiero es que los divanes se impongan.
- Rechazas todo lo que no sea un diván.
- Con toda mi pasión: los divanes para siempre.
- Pero con eso no se resuelve la situación.
- Prefiero no pensar en la situación.
- No te puedo creer.
- Mira, los partidarios de las sillas no resuelven el problema. Por eso voy con los divanes.
- Sólo así, porque así.
- ¡Que vivan los divanes!
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